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La relación que existe entre las imágenes y el texto dentro de un álbum ilustrado se mantiene como un binomio inseparable en un juego de ritmos en busca de un discurso narrativo.

La riqueza de esta relación se basa en alimentar por un lado, la percepción del usuario por medio de las imágenes visuales, y por otro la construcción de un espacio imaginario dentro de la decodificación de la lectura.

Texto e imagen no se deben soportar en una literalidad.

Ejemplo:

Un libro [1] que insita al lector a dar una respuesta a las indagatorias del personaje:

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El guiño del autor es suave pero evidente, pasa de un lenguaje impersonal y general «La gente de la estación va y viene siempre con prisas.» a un brinco directo y puntual sobre el lector «¿Te espera alguien a la salida?», después llega el remate, la ilustración lo introduce en una atmosfera de empatía al punto cero del espejo.

Un baile que inicia en el lector como lector, pasa por la imagen, y regresa al lector en forma de diálogo intrapersonal, una tercera pregunta se formula en el sujeto, una no escrita, «¿Me espera alguien a la salida?»

[1] Jimmy Liao, El sonido de los colores, Ed. Barbara Fiore, 2008.

Isaac